Epístola de Resignación
Señor X:
Querido señor:
Quiero decirle que ya no soporto taladrar mi pensamiento con su recuerdo oscuro e incierto.
Que su imagen es para mí una sombra indescifrable. Ya no quiero pensar en usted. No debo permitir que una fruta prohibida haga agua mis sentimientos, ni que el deseo y la pasión que se está despertando siga inquietando mi existencia.
Escúcheme señor. No nací para usted, ni usted nació para mí. Ambos pertenecemos a mundos diferentes, distantes el uno y del otro. Tan distante que ni siquiera puedo permitirme mirarlo a los ojos, ni sentir su respiración cerca de mi cuerpo.
No sé exactamente que es esta conmoción, pero la verdad es que ya no puedo darme el lujo de engendrar en mí, ímpetu alguno. Ya no me mire, ni me pulverice con sus palabras, aunque nunca haya dicho que me ama, pero de sus labios emana ese néctar que insita al pecado. No me haga padecer más. Estoy harta de caer en tentaciones que al fin y al cabo no hacen más que lastimarme. Ya he brindado mi corazón varias veces y solamente me ha quedado el sabor amargo del fracaso.
Admítame amarle en silencio, desearle en la penumbra y calidez de mi almohada, recordarle con esa su mirada traicionera y excitante. Déjeme señor, se lo ruego, ya no siga, forjando esperanzas en esta mi alma triste y abatida, en esta existencia efímera, que aunque quisiera disfrutar a su lado, sé que es cometido inverosímil.
Resígneme quedarme con la duda, si ese estremecimiento es reciprocó. Mientras tanto yo, rogaré al señor, me ayude a olvidarlo.
Con amor,
Señora interrogación.
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